Iluminación
Un camino hacia la realización del ser Zuluan Orion nos habla de su viaje hacía la realización del ser. Esta obra es el relato de una travesía que conduce a un lugar maravilloso: nosotros mismos. Es una invitación a vivir el presente, a conectar con lo que somos en realidad. Iluminación es un texto vital, que contiene enseñanzas de fácil aplicación, las cuales combina con didácticas ilustraciones y poderosos códigos de transformación cuántica.

Capítulo I

Descubre tu potencial interno

Tu propio ser es el servicio más grande que le puedes ofrecer al mundo.
Sri Ramana Maharshi.

Aquí, ahora y siempre existe la posibilidad de que el universo pueda ser tu guía, de que conectes con diferentes niveles espirituales y de consciencia. Si no lo has hecho, es porque tal vez nunca te lo enseñaron, pero esta posibilidad está ahí para ti.

La religión que tú practiques nunca será un impedimento para que este proceso espiritual se dé, pero si tú quieres actualizar este nivel de consciencia y este conocimiento, tendrás que indagar dentro de ti. Si DIOS también te llenó de vida, de inteligencia y de conocimiento, pregúntate: ¿QUÉ SIGNIFICA ESTO PARA MÍ?

Cuando Buda decía «HAY SUFRIMIENTO», te hablaba a ti, diciéndote que necesitas aceptar el sufrimiento, y que para detenerlo debes conectar contigo, con la esencia de lo que eres. No necesitas conectar con una filosofía, sino con la divinidad en cada instante, con este adre universal que vive esta experiencia física con nosotros a través de nosotros.

Redescubre este potencial innato en tu vida, no importa de dónde vengas o qué hagas, con cuáles amigos compartas o qué conflictos familiares acarreas. Todo ello es un aprendizaje; incluso frente a los llamados «pecados», equivocaciones que te sirven para aprender lecciones de vida.

Te contaré la historia de mi vida y cómo empecé a abrirme a esta grandiosa relación con el Universo y con Dios. Mis vivencias son testimonio de cuán humanos somos: todos tenemos una vida familiar y social, penas y alegrías.

En mi niñez viví con un padre muy violento y con una madre demasiado pasiva. Crecí con la necesidad de validarme a mí mismo a través de todos, siempre con culpa por lo que sucedía a mi alrededor. Mi padre alimentaba constantemente estas ideas con maltrato psicológico, diciéndome que quería alejarme de la familia o deshacerse de mí porque yo nunca hacía o decía lo que él esperaba. Fue tanta la presión y la asfixia emocional que, a los 6 años, quise fugarme de casa para ir a vivir en el cerro de Monserrate, lugar emblemático de mi ciudad. Por fortuna le dije a la persona que cuidaba de mí, y así ella dio aviso a mi padre.

El entorno era de culpa, abandono y carente de amor. Adicionalmente, yo era el blanco del acoso de mi hermano mayor, quien desahogaba su propia rabia y frustración en mí. Todo este ambiente generó un gran vacío en mi corazón.

Mis hermanos, mi madre y yo recibíamos maltratos de mi padre, lo que creó un ambiente muy hostil en todo sentido. Además de la porción de maltrato que nos tocaba, mis hermanos y yo sufríamos al ver los atropellos que toleraba nuestra madre, así como ella vivía en carne propia nuestro dolor.

En ocasiones, mi padre solía llevarnos a los varones a la ducha para golpearnos mojados, lo que incrementaba el dolor. Tenía un arsenal con reglas, fustas y correas, que no eran nada comparado con los agravios que recibíamos, en sesiones en las que nos sentaba frente a él para que escucháramos sus insultos y agresiones psicológicas.

Un día salimos de paseo, rumbo al sureste. Nuestro destino era la ciudad de Villavicencio, que queda a algo más de 100 kilómetros de Bogotá. Durante el camino, mi padre iba repitiendo que no sabía qué hacer conmigo, insistía en que mi madre también estaba desesperada, que ya no me toleraban y no me deseaban en su vida. Concluyó diciendo que, por todo aquello, me iban a entregar a otra familia.

Poco antes de llegar a Villavicencio, mi padre detuvo el carro y me hizo bajar, dejándome abandonado en la carretera.

«Es verdad, me abandonaron», era todo lo que podía pensar en medio de mi inocencia. Me vi en el futuro como un hombre de la calle, un mendigo. Confundido y asustado, no sabía si deshacer el camino hacia Bogotá o seguir hasta Villavicencio.

Me incliné por lo segundo y comencé a seguir un sendero que hallé en la vía. Lo que tenía en mente era llamar a una amiga de mi madre cuyo número de teléfono sabía de memoria —aún hoy lo recuerdo—. Pensé que tal vez esa señora tan amable me recibiría en su hogar.

Llevaba caminando cerca de 40 minutos cuando reconocí un edificio: era al hotel donde solíamos hospedarnos en Villavicencio. Atravesaba la calle, cuando vi a mi padre pasar corriendo. Estaba angustiado buscándome, él había pasado por el sitio donde me había dejado, pero como no seguí el trecho marcado por la carretera, sino el camino alterno, no pudo encontrarme.

Su alivio fue fugaz. Pasó muy poco tiempo cuando ya estaba descargando su furia sobre mí por haberme ido del lugar donde él me había dejado. Recibí una nueva dosis de insultos, ofensas y golpes, por supuesto. Ahora que tengo edad para ello, comprendo cuánto disfrutaba haciéndonos daño, cómo le satisfacía el endemoniado gozo de herirnos. Era una droga, no había otra razón para que fuera así con su propia familia.

Como nos sucede a todos, terminando mi adolescencia me enamoré profundamente de una chica, pero me obsesioné porque nunca había recibido amor, esa era la primera vez.

En ella hallé el vergel que contenía los frutos con los que esperaba saciar todos mis apetitos; y como es natural, la relación se fue deteriorando con el paso del tiempo y nuevamente mi corazón se quedaba vacío. Cuando se terminó la relación, pensé que iba a morir pensando y que jamás me repondría de tan profunda pena.

El deseo primordial de mi vida siempre fue conectar con una fuente de amor real. Mi necesidad era sanar y transformar mi experiencia interna. Aunque ahora, con el paso de los años, me doy cuenta de que siempre tuve una mente muy abierta, una elevada capacidad para interiorizarme, para explorar mi mundo interno; era muy introvertido y penoso, no por inseguridad, sino por carácter; de hecho, aún tengo que hacer grandes esfuerzos para hablar en público y dar conferencias.

A pesar de todo este dolor, siempre me sentí muy inocente, y ahora comprendo que esta inocencia me abrió el camino a sutiles experiencias. Desde pequeño tuve conexión con lo etéreo y refinado, además de mi facilidad para comprender y ser compasivo con el dolor de los otros.

El ambiente caótico y ese profundo desamor fueron catalizadores para perseguir una vida espiritual. En ese entonces yo solo necesitaba buscar algo, pero no sabía exactamente qué, tan solo quería colmar el inmenso vacío que llenaba mi corazón. Fue así como llegaron varios maestros a mi camino. Me inicié en la avanzada técnica para la evolución espiritual, Kriy yoga, dirigida por el reconocido maestro Paramahamsa Hariharananda, con quien compartí incontables horas, mientras él vivía en Kendall, al sur de Miami, muy cerca de la casa donde pasé mi adolescencia, y donde falleció años más tarde. Apareció también en mi vida Dhyanyogi Madhusudandas, quien me inició a través del shaktipat, una de las transmisiones yóguicas más profundas conocidas. Luego vendría Bob Fickes, discípulo de Maharishi Mahesh Yogui, el padre de la meditación transcendental. Muchos otros abonarían el paraje que decidí cultivar: SanielBonder, Phil Servedio, Papaji, Ramana Maharshi y Nick Arjuna Ardagh, con quien desperté a mi verdadera esencia.

Ahora puedo comprender que esta difícil niñez fue el escenario que me llevó a conectar con una vida espiritual. Tal vez si hubiera pasado mi vida sin tener toda esta necesidad de búsqueda, mi catarsis no hubiera sido tan profunda y elevada.

Aceptación

La aceptación parece un estado pasivo, pero en realidad trae algo completamente nuevo a este mundo. Esa paz, una vibración de energía sutil,es Consciencia.
Eckhart Tolle.

Muchas veces la vida nos pone escenarios que creemos que son para nosotros y los vivimos como cuando usamos unos zapatos pequeños: al creer que no hay posibilidad de conseguir otros, los seguimos calzando, aunque ya no sintamos los dedos por el dolor.

Así nos restringimos en la vida, caminándola con incomodidad sin saber qué es lo que realmente nos impide avanzar, pero cuando en un instante de lucidez te detienes y comprendes que los zapatos que usas no te quedan, eso es aceptar. En ese momento te darás cuenta de que, para avanzar, deberás descalzarte. Solo así podrás detenerte a observar la gama de estilos y colores que la vida te ofrece para que andes sin dolor.

¿CUÁNDO TE DETENDRÁS PARA OBSERVAR?

Quizá la mente te diga que no tienes más opción que aquello que te lastima, pero si escuchas en lo profundo de ti, descubrirás qué es lo que te causa dolor y así te abrirás a la posibilidad de transformarlo.

Aceptar tu vida no es seguir viviendo en fricción con el mundo, con tus relaciones y con tu cotidianidad, es asumir el reto que tienes por delante, aceptar que la vida no te está dando lo que deseas tener, sino un escenario para poder desarrollarte.

La aceptación es un acto de aterrizar a tu vida, comprendiendo que aquello que te duele es la pista donde tu transformación tomará vuelo. Los escenarios no pretenden hacerte sufrir, sino enseñarte; son simplemente la evidencia de la existencia de un inmenso amor, uno real, que te hace crecer y comprender que a tu alma no le hacen bien ciertos comportamientos, sentimientos y, especialmente, esquemas mentales. La aceptación es un regalo que te da la vida. Al desatar su lazo de aflicción, se convertirá en sabiduría porque habrás aprendido que una falta no será cometida nuevamente.

Te contaré la historia de un discípulo de Buda que demuestra que hasta el humano con mayores defectos es capaz de alcanzar claridad y crecimiento espiritual.

El famoso discípulo de Buda llamado Angulimala era alguien que fervorosamente quería iluminarse, entonces se encerró en una cueva para lograrlo a costa de lo que fuera, pero en una noche oscura de su alma, se le apareció un demonio disfrazado como un ser de luz y le dijo: «Para iluminarte necesitarás hacer una gran ofrenda». Por supuesto, Angulimala responde estar dispuesto a lo que sea. Así es que este demonio pide que le traiga a la cueva mil dedos humanos.

Aunque Angulimala pensó que esta era una gran penitencia para lograr su iluminación, empezó a matar personas en busca de su cuota de mil dedos.

Angulimala acumulaba en la cueva los dedos que iba arrancando, pero un día se dio cuenta de que las ratas se los estaban comiendo y decidió, en su ofuscamiento, colgarlos en su cuello.

Un día en búsqueda de una nueva víctima, Angulimala vio pasar a Siddharta, el Buda, y corrió tras él, pero era incapaz de alcanzarlo, a pesar de que el maestro solo caminaba. Entre más rápido intentaba correr, más se alejaba el Buda. En medio de su asombro, al ver que no podía darle alcance, le gritó:

— ¡Pare!

Dicho esto el Buda se volteó y le dijo:

— ¡No!, eres tú quien tiene que parar de hacerle daño a las personas.

Después de tan sencillas palabras, Angulimala reflexionó acerca de sus errores y del engaño del que había sido víctima por parte de la oscuridad. Fue entonces cuando decidió convertirse en un monje devoto del Buda. Durante los siguientes 10 años, Siddharta lo llevaba consigo o lo enviaba a diferentes aldeas a trabajar, pero en todas ellas lo golpeaban y lo apedreaban, y aunque el maestro lo sanaba, siempre le decía que debía continuar con perseverancia, porque ese era el pago por el dolor y el karma que había generado. Después de esos años, las personas lo empezaron a aceptar comprendiendo su verdadera redención. Así se convirtió en el devoto iluminado más importante del Buda.

Lo impactante de esta historia es que los seres iluminados forjaron su procedencia del dolor. No importa el andar de tu vida, no importa de dónde procedas, ni tu pasado, ni tus creencias, ni tus acciones: la posibilidad de una gran transformación está disponible para ti. Estas enseñanzas inspiran porque nunca es tarde para comenzar y no importa cuánto peso arrastres, la posibilidad de alcanzar la iluminación siempre está al alcance de tu alma.

Algunas vidas caóticas llevan a grandes transformaciones. Estas historias nos enseñan la posibilidad que tenemos de detenernos, concientizarnos y aceptar el dolor que hemos generado, al tiempo que asumimos la responsabilidad de ello. Todo esto sin olvidar que lo más importante es comprender que sin determinación y perseverancia no alcanzaremos ninguna transformación.

Una aleccionadora historia más, de otra época, es la de Milarepa, quien también vivió con sus limitaciones humanas. Él, por la avaricia, decidió darle muerte a todos aquellos con quienes debía compartir una herencia. Por ello citó a su familia en una casa, los encerró y les prendió fuego. Cuando se dio cuenta de las dimensiones de su atrocidad, buscó a Marpa, un gran maestro, quien le impuso como penitencia construir torres de madera y hacer trabajos pesados. Casi todos los días, Milarepa le preguntaba a su maestro: «¿Hasta cuándo?». Pero no fue sino una década más tarde que su maestro le envió a un lugar muy lejano a meditar. Durante su exilio escribió más de cien mil poemas a la divinidad, con los que se hizo muy famoso, se iluminó y fue capaz de dislocar su cuerpo y enseñar en varias aldeas al mismo tiempo.

Debo aclarar que para aprovechar la posibilidad que te estoy señalando no necesitas ser budista, pero me gusta mencionar muchas de sus historias y enseñanzas porque son muy prácticas para explicar diferentes formas de ver la vida. De hecho, el budismo no es una religión, sino una filosofía. El mismo Buda afirmaba: «Si todo lo que yo digo es verdad, entonces tú también lo puedes experimentar». Ni él ni Jesús de Nazareth invitaron a fundar iglesias en su nombre, tan solo vinieron a enseñar estas lecciones a la humanidad.

Mi invitación es para que empieces a aceptar tu vida, lo cual no implica conformarte con las situaciones que te hacen infeliz y las cuales temes cambiar. ACEPTACIÓN es comprender que, a través de este escenario que estás viviendo, debes comenzar a trabajar. Todo es impermanente, pero la vida nos presenta circunstancias para que desarrollemos una maestría. La gran inteligencia universal hace que todos estos escenarios se conecten entre sí para que las almas puedan aprender y tener una gran evolución.

Si provinieras de una partícula llena de amor en el aire, no tendrías ningún propósito de estar aquí. Naciste para desarrollarte, madurar y aceptar las relaciones que generaste en vidas anteriores, aunque ello no significa que debas quedarte con ellas.

Aunque crecí en una familia muy violenta, ahora he decidido crear una basada en el amor. Mi hijo, por ejemplo, tiene sus momentos de intensidad en los cuales llora sin razón aparente, a tal punto en que algunas veces llega a ser desesperante —si tienes hijos, sabes a qué me refiero—. En una oportunidad lo alcé con unos movimientos que me resultaban ajenos, cargados en mi memoria celular, y quise apretarlo y hablarle fuerte para que parara de chillar. De inmediato comprendí lo que me estaba pasando. Yo no quería imprimir dolor en él. Entonces, lo acobijé con el calor de mi pecho, lloró un poco más y se quedó dormido.

Este es un acto de concienciación: comprender que el amor puede más que el dolor, que todo lo que siembres en tus hijos, todo lo que les transmitas, definirá lo que serán en el futuro. Acepta que no quieres imprimir dolor en los demás, de esa manera estarás rompiendo con patrones tóxicos, basados en la violencia y las vejaciones. Podemos empezar una nueva crianza centrada en el amor.

Cuando hieres a tus hijos, les enseñas que el amor va ligado al dolor y al sufrimiento.

Si tu crianza dejó en ti una huella de dolor, es el momento de aceptarla y transformarla, con ello te harás más consciente cuando ese rasgo quiera salir a flote. Lo anterior no solo aplica con los hijos, puede manifestarse con tu pareja, tus compañeros y con otras personas que se acerquen a tu vida.

Debemos arrancar esa idea de nuestro corazón, reconocer que son diferentes. No podemos vivir a través del dolor y debemos aprender de él una vez que lo hemos asumido como una lección en nuestro desarrollo almático.

Tampoco es necesario siempre aprender del dolor, en el amor y la armonía hay también mucho para interiorizar.

Estas ideas erróneas emergen en nuestra temprana infancia con la crianza, cuando las personas más importantes son nuestros padres, pero si te han marcado con dolor, aprendes a amar a tu propio verdugo y creces suponiendo que las personas tienen derecho a maltratarte. Así, acabarás amando a quien te hace daño.

Lo que dios quiere para ti

Aquel padre que tanto amé fue el que más me lastimó. Aunque recibí maltrato físico, nada dejó grietas más profundas que las psicológicas.

No obstante, colosal como el dolor fue la catarsis: liberación y transformación de todo mi ser. Me di cuenta de que no quería esa pena en mi vida y menos en la de las personas que amara. Acepté que buscaba vivir una vida a través del amor y no del dolor.

Esa posibilidad está disponible para ti, gracias a la era de Acuario. El nuevo tiempo contempla el retorno de la energía femenina. Podemos aprender y vivir la vida a través del amor, pero debe ser un acto consciente de cada alma, debes decidir qué quieres vivir, debes querer vivir de forma diferente, este es el planteamiento que encontrarás en estas páginas.

Invita al amor a acoger tu vida. Todos buscamos amor, todos reaccionamos positivamente al buen trato, a las bonitas palabras. Todos esperamos un gran cambio en nuestras vidas, pero no puedes esperar sufrir o querer sufrir para lograrlo. Necesitas desarrollar esa confianza. Te aseguro que cuando aceptas transformar tu vida, el Universo te permitirá vivir armoniosamente y en algún momento te recordará cuál decisión será la más acertada.

Si no es así, es porque perdiste la conexión con tu espíritu. Quizás puedes sentirte como una persona pecadora o una que no merece esta gran transformación.

La primera limitante para que ello ocurra es esta desconexión con lo que eres. Durante una meditación, Dios vino a preguntarme qué era lo que yo quería. Yo le respondí: «Nada, absolutamente nada». Y volvía otra vez la pregunta: «¿Qué es lo que quieres?». De pronto la respuesta surgió desde lo más profundo de mi corazón: «Lo que quiero es a ti en mi vida».

Comprendí que todo aquello que pudiese querer era totalmente efímero. «Yo quiero lo que tú quieras para mí», le dije, «porque yo sé que tu sabiduría, tu diseño y tu visión son infinitamente mayores de lo que yo pueda querer para mí mismo». Esto me hizo sentir en confianza y en conexión con Dios.

El Ser Cósmico nos creó como almas que son extensión suya, como nuestros hijos son la nuestra. ¿Cuánto amor puede sentir Dios hacia sus hijos?

Confía siempre. Él quiere lo mejor para ti porque es adre. ¿Cómo crees que Dios te quiere ver?, ¿atrapado en un cuerpo, sufriendo y pasando penas? Lo que vivimos viene de nosotros mismos, son las consecuencias de nuestros actos y pensamientos. El sufrimiento lo hemos creado desde nuestra ignorancia. Por su parte, Dios está siempre cuidándonos, esperando que volvamos a su encuentro.

No olvides que nuestra alma está hecha a imagen y semejanza de Dios: somos su expresión, somos divinidad. Así es que lo único que Él quiere para ti es que despiertes y te des cuenta de ello. Eres un ser:

VALIOSO PODEROSO
BRILLANTE
MAGNIFICENTE
CREATIVO
RADIANTE SENSIBLE
DIVINO
VIRTUOSO
HÁBIL
GENEROSO

Dios quiere despertarte para que te des cuenta de que es así. Todos los escenarios que te pone la vida son para llamar tu atención, todo obstáculo son esos zapatos que te lastiman. Esta es la manera de hacerte ver que no estás yendo por el lugar correcto, es una manera de decirte que no te pierdas y que no te salgas del contexto primordial de tu ser.

Códigos de Transformación Cuántica

Cuando enfrentes momentos difíciles, usa unas afirmaciones que pueden transformarlo todo. Estos códigos nos recuerdan que somos cocreadores y que debemos aceptar nuestra responsabilidad por ello. Así como cocreamos separación, ilusión, miseria y dolor, ahora tenemos la oportunidad de generar en nuestra verdadera esencia.

En la medida en que nos vamos haciendo más presentes, invocamos vibración desde lo más sutil de nuestro ser, abriéndonos como un corazón que se deshoja o como un velo que se rompe, para que aquello que somos se plasme y se pueda integrar fácilmente en nuestra vida.

La vibración que surge de la Consciencia atraviesa varias dimensiones dentro de nosotros cuando nos sumergimos en invocaciones positivas, y justo donde halle resistencia, causará las condiciones para que se produzca una transformación. Será allí donde se necesite. Esta vibración irá más allá del cuerpo físico y alcanzará tus cuerpos etéreos.

Los códigos son como arterias transpersonales. Así como una autopista permite llegar rápidamente a donde queramos, los códigos de transformación cuántica conducen hacia nosotros una inteligencia que proviene más allá del ego. Estamos atrayendo una vibración que sobrepasa la mente porque codificamos algo que no existe en este nivel de consciencia. Al no haber sido generado por la psiquis, fluye desde lo más profundo, desde donde reside el corazón de la consciencia divina: mana de lo que eres, no de lo que hay fuera de ti.

Estos códigos son una invitación a reflexionar, un llamado a hacernos conscientes.

Todo el sufrimiento que generamos proviene de la mente, pero esta no tiene ser para sí misma; el dolor existe y las emociones que surgen están codificadas en su programación, creyendo que es la vida misma la que la hace sufrir.

Tu mente tiene algo incorrecto en su matriz que distorsiona la visión del cuerpo, es capaz de experimentarlo todo, tanto lo físico como lo sutil, a través del sistema nervioso.

Cuando te miras al espejo, solo ves tu avatar, la interfaz donde corre el sistema que opera en ti. Hay quienes funcionan con las versiones más modernas del mercado y otros con las de hace décadas; hay excéntricos que usan los sistemas más exclusivos y otros que prefieren el software libre.

Ninguno es más especial que los otros. Los patrones, negativos o positivos, son como subrutinas que corren dentro de tu mente y la desconexión con lo divino es como un virus que te impide funcionar correctamente.

Para empezar, puedes repetir estos códigos de transformación cuántica:

Yo soy el poder de Dios liberando y transformando esta programación errónea de la mente.

Yo soy la luz divina que transforma esta tendencia o programación y la libero, generando paz, armonía y amor.

Cuando invocamos el Yo Soy, estamos disolviendo nuestra mente en la divina presencia, estamos convocando una cualidad, una inteligencia, una dirección de la energía hacia nuestro propósito, estamos poniendo una intención para generar transformación, además de acelerar el proceso de la iluminación y el despertar de la psiquis. El código no se dice como una oración o como una simple afirmación, se requiere estar muy presente y comprender los misterios de Yo CoNSCIENcia y de Yo Soy, que están aquí para generar esta transformación. Es invitar a Dios a que entre a nuestra vida.

Pronunciar los códigos genera una vibración que lo transfigura todo. A nivel mental, transforma la calidad de los pensamientos; a nivel emocional, causa descompresión, alineación y un sincronismo mucho más claro entre la reacción de la mente y el cuerpo. A nivel físico, evoluciona la memoria celular; a niveles sutiles, activa ciertas inteligencias, de acuerdo con el chakra o nivel de consciencia que necesite sanación.

Yo soy quien es consciente de todo pensamiento.

Yo soy quien es consciente de toda emoción.

Yo soy el Ser ilimitado.

Yo soy la luz de Dios en acción aquí y ahora.

Esto no quiere decir que entre más los digas más funcionan. El objetivo no es repetirlos como un mantra. Es hacerlos germinar y que estallen espontáneamente en tu corazón. Deben ser un puente entre la divinidad y el campo consciente.

Después de repetir cada afirmación, detente, silénciate y siente lo que cada frase significa. A lo largo del libro te iré recomendando afirmaciones que te ayudarán con diferentes temas:

Estos códigos de sanación activan la inteligencia en tus órganos. Es una forma muy profunda y consciente de entrar en relación con el misterio universal. Estás invocando tu divina presencia, capaz de transformar tu entorno, tu psiquis y todo aquello con lo que tienes un contacto directo. Estas vibraciones pueden estar muy presentes cuando te has codificado de manera positiva. Te conviertes en un transmisor de las frecuencias benéficas: tu vibración, tu aura y tu campo bioenergético empiezan a transmitir esta codificación al entorno, generando transformación en los tuyos, en tu hogar, en tus hijos, en tu trabajo, en la calidad de personas con las que te asocies y en todas las relaciones en general.

En esencia, somos pura consciencia. Somos seres de amor completamente espirituales, supra conscientes de la más excelsa vibración, pero que al poner la atención en estos planos físicos, quisimos experimentarlo todo.

Imagina que llegan a la Tierra unos seres de luz... y necesitan un vehículo para experimentar las sensaciones humanas: una caricia, escuchar el sonido de los árboles, una pizca de traición, la arena entre los dedos de los pies, una gota de dolor, el perfume del ser amado.

¿Cómo sería ese vehículo? ¿Qué necesitarían estos seres de luz para reconocer los objetos que los rodean? Pues, uno que le permita relacionarse con este entorno, que se regenere por sí solo, sin necesidad de baterías; uno que tenga la capacidad para conectarse a través de los sentidos, con el fin de experimentar todos los pesares y placeres.

Empieza a confiar en ti, en ese SER CÓSMICO que eres, que cohabita el avatar de tu cuerpo, ese vehículo que requiere esta gran trasformación. Estamos aquí para vivir, amar y transformar esta limitación, para liberar el sufrimiento que hemos generado. Conectar con este potencial es reconocer que existe algo en ti capaz de abrirle las puertas a un sinfín de posibilidades. Aunque estés pasando por un dolor profundo, no pierdas la fe de que el potencial está en ti. Observa lo que tu alma quiere aprender de esta experiencia.

No caigas en la trampa del día a día, solo detente y explora en tu corazón la magnitud de la existencia. Hazte consciente de que tu mente siempre te está llevando a cumplir deseos que te han mantenido en el dolor. Conecta con la simple sensación de vida en tu corazón.

Aunque hay decisiones difíciles, cuentas con la intuición, que te proporciona alivio:

«Sí, estás haciendo lo correcto para tu alma». Tu corazón siempre sabe cuándo comete un error, aunque no lo sepas evitar y la mente trate de ocultarlo en mil velos.

Nos hemos entregado a los deseos de la mente y por eso nos equivocamos tanto. Nos dejamos llevar y vivimos rindiéndole homenaje a los deseos colectivos. Erradiquemos para siempre el rechazo, la sed de aceptación y la justificación del otro. Dale una visión general a la sociedad y saca tus propias conclusiones. Cuando dudes si lo que quieres es lo correcto, pregúntate qué tan íntegra es nuestra sociedad y hallarás la respuesta.

Ahora dime: ¿es mejor seguir a la razón o a la intuición? Deja de buscar fuera de ti, en personas, objetos y dogmas.

Todo lo que necesitas está en tu interior. Cuando aceptes estas ideas, habrás comenzado la transformación permanente.

Todo ser humano es invitado a esta relación con la divinidad, no hay límite, no importa cuánto de mundano hay en tu vida, no importa la incredulidad de quienes te rodean, ¡no hay límite!

Empieza a serle fiel a aquello que está en tu corazón. Trasciende el avatar de tu mente como única manera para conocer la espiritualidad. Tu sujeción a Dios es subjetiva, no objetiva.

Esta es la iniciación en el misterio del Yo Soy. A través de ti se da la relación entre tú y Dios como una sola persona. Tú eres una expresión de esa consciencia que está en todos lados. Tú no tienes límites. Ten fe y devoción de que es así, permítete vivir en esta gran posibilidad.

PON TU CORAZÓN ENCIMA DE TU MENTE, Y VE AL REENCUENTRO CON LA DIVINIDAD.