Un extraño cometa
Los dos soles parecían brillar con especial esplendor aquella mañana. Los habitantes del planeta de los cielos violáceos señalaron con gran expectación ese día. Un acontecimiento como el que estaba por ocurrir se repite apenas cada cientos de miles de años. Ni siquiera la larga vida de estos seres almáticos alcanza para presenciar lo que iba a verse: la ascensión de los dawas. Todo el valle del Medca se vistió de fiesta, y al que acudieron en masa miembros de todos los pueblos: athero mentalibus, zendaphils, daemios, mus y misca metaborulis. Todos se congregan por igual, atraídos por la promesa de ver ascender a los dawas y recibir el baño de su poderosa energía en el Festival de la Reintegración Dimensional, como se conoce a este evento.
Cerca de la cima del monte Omida existe un santuario, el Templo de la Gema Azul Aphoteica, construido por Aphotex, el primer dawa, cuando supo que se acercaba el momento de su ascenso. Este lugar sagrado es una estructura luminosa, energía condensada en forma de gigantes bloques de cuarzo con incrustaciones de zafiro, azuladas y radiantes; sus ondas cuánticas generan la impresión de una cascada viviente. Su radiación fluye constantemente hacia afuera, como un río turbulento que desemboca en un mar tranquilo. Ese templo mágico está dominado por tres majestuosos tronos, erigidos con los mismos bloques de refulgencia que conforman sus columnas, cuyas moléculas vibran en la misma escala que requieren los cuerpos para lograr el ascenso.
«Dawa» significa portador de la voluntad del Origen. Estas son presencias muy antiguas que se han preparado para ascender a una dimensión menos densa, más cercana a la fuente de toda la vida, de la luz y del tiempo. Ese día tan esperado, tres seres convergieron en sincronía cósmica, ya que nada sucede por azar en ningún lugar del universo, y menos en Xino.
La existencia en Xino vibra en una densidad más cercana al Origen de lo que sucede en otras dimensiones y galaxias. Los seres que allí viven están conectados entre sí y los pensamientos fluyen entre unos y otros. Todos viven en el Khudday, el alma colectiva. En aquella celebración resonante, cada uno de los pobladores sentía como un único ser el poder que convergía en ese momento, prescrito desde el «Dawa» significa portador de la voluntad del Origen mismo. Lo sabían sin necesidad de comprenderlo; en el Khudday los entendimientos son tácitos.
En el primer tomo de la Enciclopedia galáctica, así como en las Crónicas de los primeros viajes supracósmicos, se halla abundante información sobre el primer descenso de Khumara a Xino, momento en que dejó, sobre la Piedra Sagrada, su huella, y con ella la primera manifestación de vida en aquellos parajes. La Piedra Sagrada aún renueva, con su elevada frecuencia, la vigencia del Khudday.
Khumara conectó su vibración con la voluntad del Origen, y con ello dio pie al surgimiento de la vida en Xino, en una dimensión de poderosa y serena iluminación. A partir de allí, mucha sabiduría habría de conseguir hogar bajo el cielo violáceo, y toda ella se canalizó en la comprensión del Khudday, expresión del alma colectiva, fundada a partir de la conexión de Khumara con el Origen.
Los registros del Gran Consejo de la Fraternidad Lumínica contienen también detalles de seres superiores que se manifestaron en el planeta para esclarecer los misterios de las motivaciones de Khumara y la intervención del Origen. Gracias a él, y a los elementos y seres vivos de Xino, el Khudday devino en el principio rector y en la primera forma de la comprensión y crecimiento de la vida, desde la más antigua hasta la que acaba de nacer.
En el templo, el ánimo de la multitud hervía: música de todas las esferas, danzas coloridas de cada rincón de la galaxia, revuelo de ultraelementales que iluminaban el lugar como luciérnagas multicolores y arrojaban al aire luces y ondas festivas.
La alegría rodeaba el templo e inundaba los ojos de un pequeño misca metaboruli. El chico ocupaba un lugar especial en aquella celebración: era uno de los cinco elegidos —uno por cada especie de Xino—, escogidos para ser presentados ante los dawas. La llama en la Cámara Secreta, madre y gestora de todas las demás vibraciones xinoxénidas, repetía el nombre de los elegidos. Zendrick escuchó su nombre resonar en el aire, coreado por los misca metaborulis que rodeaban el templo. Desde su sitio, el muchacho podía ver el mar de almas que celebraba su presencia en aquel momento de tanta importancia. Subió la mirada y pudo contemplar, varios escalones más arriba, la intensa frecuencia de los tres sabios que ascenderían ese día. A ellos se acercaría justo antes de su ascenso para recibir los dones del conocimiento y la energía, asegurando que la luminosidad y el poder adquiridos por estas tres manifestaciones antiguas perdurarían en su esencia y la de sus compañeros.
Él era una elección única que pocos en Xino comprendían, un simple aldeano que nunca imaginó alcanzar aquella estatura. Sentía regocijo y una extraña ansiedad, para no llamarla miedo, porque era consciente de la responsabilidad que se le había conferido al recibir ese honor. Para él, los dawas lucían imponentes sentados en sus tronos. Sus rostros transmitían serenidad infinita.
El alma más antigua por ascender era un misca metaboruli llamado Zher, un aventajado seguidor de la vibración lumínica violeta, alquimista y maestro de la mutación energética. A su lado, sentado en el segundo trono, estaba Atheris, un sabio zendaphil, devoto de la vibración lumínica dorada, pionero de los duelos almáticos. El tercer trono lo ocupaba Liliesa, una divinidad de la supraforma, perteneciente a la especie mu, maestra de la Luz, amante de las plantas y de las esferas trascendentes del ser. Liliesa era una brillante seguidora de la vibración lumínica rosa, experta en legado emocional y conectora de ideas entre diferentes planos de manifestación. Los tres abandonarían aquella forma en la que se les había visto vivir por milenios, se harían energía y se integrarían a las fuerzas cosmocratoras que, veladas para los habitantes de esta dimensión, sondean los misterios de la voluntad del Origen.
Para el festival, se recogen llamativos frutos de color plateado o dorado conocidos como manas. Como resultado de una especial singularidad astral, este hermoso fruto crece únicamente en un valle circundado por el radiante espectáculo de luces boreales. Las manas tienen dentro de sí unas membranas de luz dorada, donde es almacenada la esencia de los soles de Xino. Estos frutos de fibras dentadas solo son consumidos en los eventos de elevada importancia, como el que estaba por iniciar; quienes lo hacen adquieren un intenso poder. Para prepararlas, las manas son cuidadosamente cultivadas, seleccionadas y despojadas de sus cascarones dorados. Su néctar se extrae para convertirlo en damana, una bebida exquisita que es la forma en la que se consume la energía de la fruta. La damana tiene la virtud de conectar las almas con dimensiones superiores. Solo los dawas tienen la capacidad de recibir en sus cuerpos esta delicia embriagante, y lo hacen durante la celebración ritual. Cuando los maestros beben la damana, sus órganos internos brillan con una tenue luz dorada. Antes de ascender, como parte de la ceremonia, los dawas bañan con el néctar restante las semillas de las manas que serán cultivadas durante el próximo eclipse bisolar.
La mirada de Zendrick seguía perdida en la multitud, estaba distraído por primera vez en mucho tiempo. Una calma repentina llamó su atención, debido a que el ruido de las voces se había apagado súbitamente. Comprendió que ya era el momento de comenzar.
El Festival de la Reintegración Dimensional iniciaba. Los tres dawas se pusieron de pie para dar comienzo a la unción de los elegidos. Zher puso su mirada sobre Zendrick, y le sonrió con cierta picardía. Pero no era su turno aún, aquella mirada fugaz fue como un regalo extra, un instante de atención de aquel ser infinitamente sabio.
Ruloof, otro de los jóvenes elegidos para ser presentado, sería el primero en subir. Al ser el pionero, recibió el honor de llevar la bandeja con las copas portadoras de la damana. Zendrick admiró la prestancia con la que el muchacho subía los escalones. Los padres de Ruloof, Jepp y Kalina, lo miraban con afecto y devoción. Era una pareja de zendaphils admirada en todo el planeta por sus aportes a la Enciclopedia galáctica; quizá por ello Ruloof recibió la sustancia Ruloof, otro de los jóvenes elegidos para ser presentado, sería el primero en subir que le llevó a ser escogido. Su madre le bendijo con un beso en la frente y su padre lo acompañó al borde de las escaleras de cristal donde debía honrar a los dawas, cuyas presencias proyectaban recogimiento en las almas que atestiguaban lo que estaba sucediendo.
El joven vestía el atuendo ceremonial de los zendaphils: una capa larga de color índigo que se sostenía muy elegantemente de sus hombros. La prenda estaba bordada con íconos lumínicos que representaban hitos de la historia de su especie, todo inscrito en precisa geometría almática. Llevaba también un cinturón con dos broches dorados y dos perlas violáceas, una a cada lado, simbolizando las lunas de Xino. En sus manos portaba la bandeja en la que iba servida la damana en copas de luz violeta. Los sabios lo recibieron con amor cuando se presentó frente a sus tronos. Atheris se adelantó a Zher y se acercó a Ruloof, tomó una copa y alzó su voz para ser escuchado por todos:
«Bendiciones para ti», dijo, y en vez de beber de la copa, como manda la tradición, mojó en ella uno de sus dedos y lo acercó a los labios del pequeño, rompiendo con todas las costumbres conocidas. Luego, con una leve inclinación de la cabeza, sentenció: «Mi amado aprendiz, siente la esencia bisolar. Estoy seguro de que algún día subirás a uno de estos tronos y la energía fluirá a través de ti».
Este acto, sin precedente en los anales de la celebración, dejó a todos paralizados. Ruloof abrió los ojos desmesuradamente y sus pupilas se dilataron. En su ser estallaron visiones de vidas anteriores y concurrieron conocimientos atesorados en su memoria celular; encarnaciones sostenidas en otros planos más elevados, en otras dimensiones, lecciones que siempre le acompañarían en sus recuerdos un extraño cometa cósmicos. La Enciclopedia galáctica define este proceso de incursión como registro akhásico.
Atheris y Liliesa también recibieron a Ruloof y bebieron de la ofrenda. El pequeño se fue hacia atrás y su cuerpo empezó a despedir destellos multicolores. Zher le quitó la bandeja de las manos al percatarse de que el joven estaba perdiendo el balance. Lo recostaron en una manta mientras ondas de luz reflejaban su registro vivencial. Toda esta experiencia maravillosa y ritual se realizó con el propósito de preparar a Ruloof para las grandes y misteriosas lecciones que estaban por venir.
El momento cumbre de la iniciación ocurre cuando los dawas posan su mano izquierda sobre el elegido y un albor que emana de sus figuras penetra en el cuerpo de los jóvenes. Justo así sucedió con Ruloof.
Los maestros ancestrales contemplaban complacidos la armonía de emociones que provenía de la multitud, tanto las de aquellos que habían hallado espacio en el templo, como las de los cientos de miles que se congregaban en las afueras del recinto.
Tras una señal de Atheris, los padres de otro joven de destacadas virtudes veían con emoción que había llegado el momento para que su hijo se presentara ante las sabias almas por ascender. El segundo elegido respondía al nombre de Droma, un athero mentalibus, hijo de Drun e Hilona; dos seres gemelos, es decir, que cuando surgieron del Origen brotaron como una sola intención esencial de manifestación, por lo que comparten su frecuencia. Los padres del segundo elegido eran reconocidos como maestros athero mentalibus, dedicados al servicio de la vibración lumínica verde, conocedores de los procesos regenerativos del planeta. Siempre se los veía juntos en la promoción de las tradiciones, labor por la cual eran muy queridos. Llenos de júbilo, Drun e Hilona vistieron a su hijo con un traje color lila, estampado con símbolos rituales y cargado de llamativas perlas, como si fuera una noche estrellada.
Los dawas se acercaron a Droma y le transmitieron su luz. La vibración del elegido se hizo sentir con intensidad a través de la conexión que comparten todos los seres cuando sobre Droma se posaron las manos de los tres sabios. Una poderosa claridad brotó de los dawas y se anidó en el cuerpo del muchacho ungido.
Tras la unción y bendiciones de Ruloof y Droma, fue presentada Leena, una mu, hija de Xiraam y Eilight, recordados viajeros estelares, imborrables ejemplos de valentía y arrojo. Ambos descendientes por línea directa de los primeros maestros de su pueblo. Leena puso toda su intención en la vibración de sus padres y sintió, como nunca antes, el enorme deseo de que ellos estuvieran allí con ella. En el lugar de sus padres, extraviados en el cosmos, estaba el maestro Sarvasti, rector de la Escuela Eónica, que había sido el mentor de la niña desde su temprana orfandad.
Al subir las escaleras, Liliesa tomó la palabra para decirle:
―Aquí te encomiendo el destino de nuestro planeta: tienes todo lo necesario para cumplir las grandes tareas que se te han de presentar por la voluntad del Origen.
Leena recibió esa responsabilidad sin dejar de mirar a la majestuosa dawana. Cuando Liliesa volvió a su trono tras poner, con los otros dawas, su mano izquierda sobre Leena, la joven desanduvo sus pasos para dejar espacio al siguiente elegido.
Apoka y Zendrick eran los siguientes en ser presentados. Zendrick no podía dejar de ver como la hermosa daemia subía con gracia los escalones de luz cristalizada y se detenía frente a los dawas, dejando a sus pies las ofrendas. Hija de Ghebos y Vleisa, expertos de la medicina dimensional, Apoka se mantuvo de rodillas después de presentar las ofrendas. Los sabios le sugirieron cariñosamente que se pusiera de pie para continuar el ritual.
Zendrick esperaba ansioso que los dawas se dirigieran a él, y no dejaba de moverse, pero ellos no le llamaron hasta que Apoka descendió por completo las escaleras y se arrodilló junto a Leena en un profundo viaje introspectivo. Para Zendrick, el tiempo se hacía eterno y elevó los ojos para encontrar la mirada de Liliesa, sorprendida por su evidente impaciencia. Zher le ordenó que se pusiera de pie y avanzara frente a ellos.
―Tu aprehensión es innecesaria, Zendrick. Recibirás del Origen todo cuanto ha de ser para ti. Pero todo en su momento y lugar. No te apures por recibir lo que de cierto modo ya tienes.
―Y dibujando una amplia sonrisa que le dio una nueva expresión a su rostro, lo llamó―. Ahora ven...
Zendrick caminó hasta su lugar cuando fue convocado, y se arrodilló. Los padres del muchacho, Heelsum y Lhanya, dos humildes escribanos desconocidos para la mayoría de los presentes, estaban conmovidos viendo aquella escena.
Los tres dawas acercaron su mano izquierda sobre el quinto elegido y, justo en ese momento de elevada sacralidad, una sombra muy densa bloqueó la luz de los dos soles que resplandecían en el cielo. El acto se interrumpió durante el inesperado instante de oscuridad, como si una presencia no convocada hubiese roto el luminoso velo festivo que envolvía la atmósfera, sumergiendo a sus habitantes en una extraña sensación de vacío. La sombra atravesó velozmente el firmamento, perdiéndose en el horizonte, descendiendo en algún lugar remoto detrás de la cordillera de Mapada.
El breve cese de la luz dejó un sombrío peso en los presentes. Los tres maestros que ascenderían miraron hacia el firmamento siguiendo la extraña oscuridad; un destello cruzó sus ojos, pues comprendían que cuanto estaba sucediendo ya había sido anunciado por la configuración de los astros, pero debían volver a poner su atención en el festival y en la preparación de los pequeños, cuya unción había quedado marcada por aquella interrupción llena de zozobra. Miraron a los seres reunidos en torno al templo y proclamaron a coro: «No temáis... Todo lo que ha de ocurrir es conforme a la voluntad del Origen».
Nuevamente, los tres pusieron su mano izquierda sobre la cabeza de Zendrick, y la luz dorada que emanaba de sus cuerpos radiantes recorrió al pequeño, haciéndolo brillar con una intensidad inigualable. El joven se mantuvo arrodillado frente a ellos con las manos puestas sobre su corazón de niño, perdido en un éxtasis de inmensa contemplación universal. Al volver en sí encontró que los dawas estaban ascendiendo frente a todos los presentes.
Era la primera vez que los dawas partían antes de que el evento acabara, todos los anteriores lo habían hecho después de contemplar las danzas ceremoniales y de bañar las semillas con la damana sobrante en sus copas. Ese día quedaría registrado como el más inusual de los festivales.
Después de transmitir su vibración a los niños, los volátiles cuerpos empezaron a transformarse en brillantes arcoíris que parecían danzar. La luz era tan radiante que tocaba los cielos y seguía más allá. Entonces todos los asistentes, dentro y fuera del templo, se pusieron de pie, con los brazos levantados y las palmas de sus manos dirigidas hacia el techo abierto para la ascensión. Los colores de estos arcoíris eran indescriptibles y giraban rápidamente alrededor de los maestros, cada vez más y más, en una poderosa energía circundante.
Formidables ondas luminosas se expandían desde cada uno de los sabios en ascenso, enetrando en todos los seres así como en todas las manifestaciones de la vida que cohabitaban en Xino. Aquella radiación bendecía al planeta. Los asistentes eran bañados por oleadas de amor y compasión, tanta que hasta los ultraelementales y devas ―preciosas criaturas que adornan los bosques y ciudades de Xino― se lanzaron al vuelo por cientos de miles alrededor del valle del Medca, con el propósito de recibir estas invaluables transmisiones de virtud que aceleran el proceso evolutivo de las almas.
Transcurrido algún tiempo, los colores de los tres arcoíris se fueron fundiendo con el violeta vertiginoso del cielo que fue tomando un tono alborozado en el que desaparecieron los dawas en su ascensión dimensional. Los asistentes miraban maravillados lo que acababa de ocurrir. No todos los días se puede admirar la asunción a atro nivel dimensional menos denso; habían transcurrido milenios desde la última ocasión en que se vivió un evento tan sublime.
Zendrick y Apoka seguían mirando con gran devoción hacia el firmamento mientras entonaban el sagrado sonido universal. Cuando ya los habitantes de Xino habían dejado de ver a los dawas, Zendrick continuaba observándolos mientras parecían mantener su ascenso y sus presencias se agrandaban en el infinito como algo descomunal.
En medio de un silencio expectante, Zendrick le murmuró a Apoka:
―¿Los sientes? Es como si aún estuvieran aquí. ―Y observó a la chica, como esperando una respuesta.
Apoka le contestó con suave tono, entre la confusión y la sorpresa:
―Sí, siento su presencia.
Apoka volvió a verlos como si siguieran allí, mientras Zendrick podía sentirlos con infinita claridad, como si le hablaran al oído, aunque ya se habían desvanecido en la distancia, como estrellas que se suman a las luces en el cielo.
Fragmentos y palabras navegaban en la memoria de ambos, buscando una respuesta a lo que aquellas antiguas almas habían referido antes de partir.
Zendrick, inquieto como un niño que ha perdido su juguete preferido, dijo, más tratando de convencerse a sí mismo que de darle seguridad a Apoka, que todo estaba bien.
―No tengas miedo... todo lo que ha de ocurrir es la voluntad del Origen.
Apoka le escuchó atenta y murmuró:
―No lo sé ―dijo sin quitar su mirada del cielo violáceo, y continuó con la misma inquietud―. Pero algo tiene que ver todo esto con esa sombra que cayó en la distancia.
A través del Khudday, el pensamiento de Apoka se manifestó en cada una de las presencias de Xino y su vibración destelló en la frecuencia de un pequeño mu que, entre la multitud que asistía al ritual, había seguido cada segundo de la ceremonia. Los recuerdos lo llevaron días atrás, cuando el maestro Britium interrumpió su clase sobre envolturas energéticas con un insólito grito que parecía venir de muy lejos, en la galaxia y en el tiempo. Un llamado que nadie pudo traducir: «¡Pithukah!, ¡Pithukah!».